A Cristian Robles (Barcelona, 1990) un par de obras largas le habían bastado para posicionarse en el panorama comiquero español. Con ‘Ikea Dream Makers‘ (DeHavilland) y ‘Soufflé‘ (La Cúpula), este autor había fijado una estética (una especie de ‘cartoon’ siglo XXI, al estilo del que se puede ver en el canal de animación Cartoon Network) y un gusto por las temáticas escabrosas y surrealistas. En su nuevo trabajo, ‘Mameshiba‘ (DeHavilland), Robles se mantiene fiel a sí mismo, pero da la sorpresa con un tebeo mucho más luminoso que los anteriores, un psicotrópico homenaje al Japón más loco protagonizado por una alubia rapera y drogadicta. Sí, como suena. Y tan ricamente.

mameshiba cristian robles

Como si fuera la alubia mágica de ‘Dragon Ball’, ingerir esta ‘Mameshiba’ da un subidón. Tanto o más que ver uno de los anuncios en los que se inspira este tebeo, protagonizados por una simpática judía con carita de perro (que, por increíble que parezca, es una marca comercial real). Esta es la historia de Bunny, una aspirante a rapera que sueña con compartir escenario con Mameshiba, la reina del ‘flow’. Con ese objetivo se presenta a la Gran Batalla Internacional de raperas, colándose en la fase final de la competición, lo que le permite, tal como deseaba, conocer a su ídolo… A pesar de estar en la cresta de la ola, la leguminosa parece una tipa enrollada, pero Bunny no tardará en descubrir que en realidad es una mala pécora. El duelo final entre las dos cantantes será tan épico como lisérgico.

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‘Mameshiba’ es un tebeo breve pero intenso. La digestión de la alocada cultura pop japonesa no produce monstruos, sino páginas llenas de personalidad y color, donde lo ‘kawaii’ (mono) se da la mano fraternalmente con lo sórdido y escatológico. Entre tanta explosión de sensaciones, no es aventurado pensar que hay mensaje en la nada casual elección que hace Robles: todos los personajes que aparecen en el cómic son chicas. Es probable que ‘Mameshiba’ no conecte con todos los públicos, algo en lo que quizás tenga que ver -¡ay, nos hacemos mayores!- cierto choque generacional. Los referentes y entornos que muestra Robles sonarán a chino a más de uno. Sin embargo, esta obra tiene algo universal y común a toda buena historia: cuenta algo. Que el final tenga sentido ya es otro cantar… Y ni falta que le hace.